El conde-duque de Olivares quiso pasar a la historia como el ejemplo más acabado del privado leal a su señor. Una vez se convirtió en el hombre de confianza de Felipe IV, se implicó de lleno en la defensa de los intereses dinástico-patrimoniales de la Monarquía Hispana que por entonces agrupaba también a Portugal y a su imperio ultramarino.
Procuró personificar un nuevo estilo de valido para una Monarquía de España que concebía como el verdadero imperio cristiano, razón por la que interpretó su acción política definiéndose en numerosas ocasiones como un instrumento de la providencia divina.
Desde ese convencimiento impuso paulatinamente, entre el invierno de 1622 y el año 1623, un estilo de gobierno que desde un punto de vista geoestratégico dio sus mejores resultados en 1625. Pero tan sólo dos años después los planes reputacionistas de Olivares comenzaron a quebrar vinculados directamente con la suspensión de pagos decretada en 1627. A partir de entonces, en el plano exterior, su enfrentamiento con Roma y la falta de apoyo de los aliados naturales de la Monarquía supusieron el fracaso de sus planteamientos."La Fundación Ramón Areces no se hace responsable de las opiniones, comentarios o manifestaciones realizados por las personas que participan en sus actividades."