En el siglo XXI, no hay industria más fuerte que el turismo en sus distintas variantes: playa, montaña o monumento. Desde su inicio en el siglo XVIII, las preferencias del turismo cultural han ido variando desde la monumentalidad italiana perseguida por los ingleses en su Grand Tour (de donde tourisme), al interés por Grecia, luego Egipto y mucho más tarde Oriente, que incluía a España. En el siglo XX, la búsqueda del monumento no deja un palmo de tierra libre.
En Europa hay un puñado de monumentos turísticos de rango principal. Sin embargo, uno de ellos, las catedrales góticas, gozan de particular predilección porque están situadas en ciudades muy principales y reúnen el atractivo de la arquitectura, la escultura, la música (a veces) y la centralidad urbana.
El fenómeno de las catedrales góticas es muy singular. Sus comienzos están bien documentados y nos permiten entender cómo fue posible la proliferación de esas construcciones por toda Europa en un periodo de tiempo brevísimo. Si el origen se sitúa hacia 1140, su expansión ocupa apenas dos siglos. A partir del siglo XV comenzará otra oleada artística que solemos llamar Renacimiento que sustituirá al gótico como estilo monumental europeo.
Así pues, el gótico real y verdadero es el que ocupa apenas tres siglos catedralicios. Sin embargo, el romanticismo lo revivió y el estilo neogótico renace como monumento a partir del siglo XIX. Este neogótico (o falso gótico) influirá a su vez sobre el gótico verdadero de manera que las viejas catedrales harán un esfuerzo por ponerse al día mediante añadidos y ornamento de falso gótico que les devuelvan el esplendor ahora como objetos artísticos modernos.
Esta paradójica historia acaba con el dominio del gótico en la construcción de monumentos ya claramente falsos y comerciales como Disneylandia. Todo lo cual requiere una explicación."La Fundación Ramón Areces no se hace responsable de las opiniones, comentarios o manifestaciones realizados por las personas que participan en sus actividades."